El lápiz no debiera dejar nunca
la mano del que escribe.
Ahora es un hueso suyo, un
dedo suyo.
Y rasca como un dedo, agarra,
indica.
Es una rama del pensamiento
y da sus frutos:
ofrece refugio y sombra.
Por la tarde, cuando queda poca luz,
oculto en mi cama, capturo perfiles de razonamientos que fluyen sobre el silencio de mis miembros. Aquí es que debo tejer el tapiz del pensamiento y disponiendo los hilos de mí mismo dibujar conmigo mis contornos. No soy el autor de una obra, sino apenas un obrero. Primero el papel, luego el cuerpo. Generar la forma del pensamiento, cortarla a medida. Pienso en un sastre que fuera él mismo su tela. |
(Valerio Magrelli, Ora serrata retinae. Traducción: Fernando Pérez)
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