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sábado, 18 de septiembre de 2010

El ruido 

El amante de Marguerite Duras se detiene sobre retales trazados por el recuerdo, eminentemente visuales y táctiles. La historia comienza en la adolescencia, salta el "largo de vida" de una mujer y la presenta décadas más tarde.
Parecería ser la imagen, sin embargo, es el ruido fiel al recuerdo: 
el timbre del teléfono 
la voz que responde, 
la que escucha del otro lado
el reconocible ruido de una ciudad
 afinan el recuerdo. 



El ruido
[...]
El ruido de la ciudad resulta tan próximo,
tan cercano, que se oye
su roce contra la madera de las persianas.
Se oye como si atravesaran la habitación.
Acaricio su cuerpo en ese ruido, en ese paso.
El mar, la inmensidad que se recoge,
se aleja,
vuelve.
[...]
(Marguerite Duras, El amante)

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Ruido de pasos
de Clarice Lispector


("La voz de Olokun" de Ramón Alejandro)


Tenía ochenta y un años de edad. Se llamaba doña Cándida Raposo. Esa señora tenía el deseo irresistible de vivir. El deseo se acentuaba cuando iba a pasar los días en una hacienda: la altitud, lo verde de los árboles, la lluvia, todo eso la acicateaba. Cuando oía a Liszt se estremecía toda. Había sido bella en su juventud. Y le llegaba el deseo cuando olía profundamente una rosa.
Pues ocurrió con doña Cándida Raposo que el deseo de placer no había pasado.
Tuvo, en fin, el gran valor de ir al ginecólogo. Y le preguntó avergonzada, con la cabeza baja:
-¿Cuándo se pasa esto?

-¿Pasa qué, señora?

-Esta cosa.
-¿Qué cosa?

-La cosa, repitió. El deseo de placer –dijo finalmente.

-Señora, lamento decirle que no pasa nunca.

Lo miró sorprendida.
-¡Pero tengo ochenta y un años de edad!

-No importa, señora. Eso es hasta morir.
-Pero ¡esto es el infierno!
-Es la vida, señora Raposo.

Entonces, ¿la vida era eso?, ¿esa falta de vergüenza?

-¿Y qué hago ahora? Ya nadie me quiere...

El médico la miró con piedad.

-No hay remedio, señora.

-¿Y si yo pagara?
-No serviría de nada. Usted tiene que acordarse de que tiene ochenta y un años de edad.

-¿Y... si yo me las arreglo solita? ¿Entiende lo que le quiero decir?
-Sí –dijo el médico-. Puede ser el remedio.

Salió del consultorio. La hija la esperaba abajo, en el coche. Cándida Raposo había perdido un hijo en la guerra. Era un soldado de la fuerza expedicionaria brasileña en la Segunda Guerra Mundial. Tenía ese intolerable dolor en el corazón: el de sobrevivir a un ser adorado.

Esa misma noche se dio una ayuda y solitaria se satisfizo. Mudos fuegos de artificio. Después lloró. Tenía vergüenza. De ahí en adelante utilizaría el mismo proceso. Siempre triste. Así es la vida, señora Raposo, así es la vida. Hasta la bendición de la muerte.

La muerte.

Le pareció oír ruido de pasos. Los pasos de su marido Antenor Raposo.

(Clarice Lispector, El viacrucis del cuerpo)

sábado, 4 de septiembre de 2010

El estanque


(Los héroes del silencio, tocando "El estanque" en concierto)


Para salir del estanque
hay que seguir
corriente abajo
hasta que el eco responda
hasta que vuelvas
a escuchar.


(s.f. La dirección del sonido.)

miércoles, 1 de septiembre de 2010