Traductor

miércoles, 24 de abril de 2019

Perros de mi familia de Mirta Rosenberg




PERROS DE MI FAMILIA

No se la pasan
ladrándole a la luna llena. Se sientan
a la mesa de la cena, con perros amigos,
y conversan sobre ella, hacen listas.
Perros artistas,
lo digo porque los he visto.

Cuatro patas, cola y afectivo:
en esencia, un sustantivo colectivo
que sin embargo anda solo: cada perro
es El perro.
                                             Y aunque
acepte la vigilia de ser fiel,
lo es primero a sí mismo,
ni al paseo ni al encierro.
                                              De a dos,
de a tres, de a diez,
todos son un solo perro,
              convencido
de que el mundo no es lugar
hecho por y solamente
              para perros:

¡tantas cosas que arreglar,
tanta fealdad inminente!
A veces se impone hablar,
y no siempre decir ¡Guau!
               Como sea,
es muy capaz de cantarle las cuarenta
prácticamente a cualquiera
                y hasta dialogar
con ballenas —véase si no
“perros cantores de Nueva Guinea” —,
según lo sienta y sea feliz.

El amor lo hace feliz
y perseguirse la cola,
ser un círculo perfecto
en sagrado frenesí —“Para empezar”,
le dijo el gato a Alicia,
“los perros no están locos”. Y ella:
“Supongo que sí”—.

             Lo digo
porque yo misma los vi:
             perros de mi familia
en furiosa actividad
—justicia, belleza, verdad—
imaginando otros mundos
que, como éste,
también habría que cambiar.

(poema extraído de Bestiario íntimo de Mirta Rosenberg)