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jueves, 18 de abril de 2019

El hada que no invitaron de Estela Figueroa

Brenda Goodman, Possibility of Age (2018)

LA ENAMORADA DEL MURO
I

La enamorada del muro
no sabe cómo es el muro.
pero seguro siente su humedad
cuando ha llovido.

Su aridez
en tiempo seco.
La enamorada del muro
depende del muro.
A él se aferra.
Si el muro se cae
ella se desparrama
como una cabellera sin cabeza.

A veces es tímida
y cubre sólo la base
como una mujer arrodillada
que abrazara las piernas de un hombre.
Y a veces –qué deseo
y qué orgullo caben en ella–
cubre no sólo el muro
sino toda la casa.


II
Todo amor nace
a partir de una pequeña confusión.
Nadie puede decir con certeza
si es el muro el que sostiene a su enamorada
o es la enamorada
la que sostiene el muro.
Y todo amor crece
a partir de pequeñas carencias:
La enamorada del muro no florece.
Tampoco el muro.


III

Visto desde afuera
la impresión general es de una gran belleza.
¿Pero quien puede alejarse para mirar
cuando está enamorado?
El muro no ve el hermoso conjunto.
Ve pequeños tentáculos
que se clavan en él.
La enamorada ve el muro descarnado.
«Él es el hueso que me da forma.
Yo soy la carne que le da vida».


IV
VAMPIRO EN EL JARDÍN

Ningún jardinero
la recomendaría.
La enamorada del muro
tan pródiga con el muro
tiene un rol muy cruel en el jardín.

Está en su naturaleza apropiarse
de toda la humedad del terreno.
De modo que mientras ella se expande
y se demora tiernamente en el abrazo
las otras plantas mueren.
¿Qué puede importarle?

Una mujer enamorada es capaz
de atravesar sin ver una ciudad bombardeada.
Los ojos fijos en los labios de su amor.

No hay culpa
en la pasión.

«No permitiré que nada
ni nadie
te haga daño
amor mío».


EN SÍ MISMA

Sólo una loca pudo
enamorarse de un muro.

Un muro no habla.
No escribe cartas.
No florece.

Cubierto totalmente por las hojas
deja de ser visible.
Hasta se puede dudar de su existencia.

«No es eso
hija
lo que te enamora.
No es muro.
Es tu esplendor».



NO ES PARA HABLAR DE MÍ QUE ESCRIBO
de la glicina: cayó
su lluvia ligera
azul–
violácea–
celeste.
No es para hablar de la glicina
que la comparo con una lluvia
y adjetivo esa lluvia.
Es para detener este momento nocturno:
la casa en calma
y los pensamientos que ennoblecidos velan
por un ordenamiento
que lo abarque todo.



A MANUEL INCHAUSPE
EN EL HOSPICIO 
Las nuestras, mi amigo,

son obras pequeñas.
Escritas en la intimidad
y como con vergüenza.
Nada de tonos altos.
Nos parecemos a la ciudad
donde vivimos.

Perdiste tus últimos poemas

y yo casi no escribo.
De allí

esos largos silencios
en nuestras conversaciones.


(Estela Figueroa, El hada que no invitaron. Obra poética reunida 1985-2016. Buenos Aires: Bajo la Luna, 2019)