Intentos fallidos de llamadas a casa desde un teléfono público de la Avenida Paulista, São Paulo, en el verano de 1999. Intentos fallidos que retomo para volver a llamar, ahora que tengo la música.
miércoles, 17 de noviembre de 2010
"La inmovilidad del tiempo"Edmond Jabès
Foto de la pieza teatral "Diebe" de DEUTSCHES THEATER
La inmovilidad del tiempo es fuga del tiempo ante el tiempo; fuga, igualmente, ante toda fuga. Estoy fuera. Permito al afuera estar aquí. El tiempo de aquí y de allá son el mismo tiempo huyendo en mi huida. El tiempo de allá huye de allá para alcanzar el tiempo de aquí. El tiempo de aquí huye de su lugar para volverse tiempo de otro lugar. Así el tiempo es remisión permanente del tiempo a otro tiempo. La remisión anula el tiempo. El tiempo abolido es, también, tiempo inmóvil. El vacío, la muerte, la nada están fuera del tiempo; pero ese fuera del tiempo quizá sea tiempo empujado fuera: ese tiempo fuera del tiempo es el de la escritura. Nada, en apariencia, cambia, una vez escrito. Inmovilidad de la letra, del vocablo. El libro porta el peso de la inmovilidad de sus caracteres, de su huida de la huida, móvil fijeza; el peso aplastante de todo el espacio contenido en las letras.(Ah, tú huyes. Eres sólo huida donde todo huye. Nada está soldado. El libro es el lugar del encuentro de nuestras fugas; lugar que ha huido de su lugar. Escribir es, en tal caso, rendir cuentas de esos encuentros fortuitos o premeditados.
Espacio de un relámpago: una palabra se dejó tomar bajo palabra; un libro se dejó de leer. El infinito del libro es el espacio vital de la palabra.
Leer lo que huye hasta a la lectura. Nuestra lectura no es sino la percepción, a través de su fingida inercia, de la voluntad de fuga del vocablo; consiste, quizá, en reve- lar, cada vez, el umbral.
Hay una falsa inmovilidad del libro, co- mo hay una falsa movilidad de la palabra: porque el libro busca huir del libro, mientras que la palabra está colgada a lo que dice.
Hacer, huir son casi sinónimos. Se huye, se huye en lo que se hace. Se hace una fuga, como se hace un libro.
Hablar y escribir se distinguen por el deseo de fijarse, del uno, y por la ebriedad de huir, del otro. "Quieres fijarte. Huyes de lo que huye",decía.
Toda huida es manojo de escritura. La palabra escapa también, como se dice de un caño, que algo escapa. Horadamos, a veces, la palabra, sin sos- pecharlo.
Un vocablo que ha perdido su sangre es un vocablo a cuya agonía habremos asistido, del que no recordaremos sino la pérdida.
No es la tinta lo que da a la palabra su color, sino los horizontes que la fascinan.
Hay inmovilidad sólo donde no queda savia.
El árbol huye por las raíces. El universo es fuga desafiante que desbarata la huida.
Estabilidad de los seres, de las cosas, del mundo, no sois más que el tiempo ínfimo de una tregua entre dos huidas; un tiempo im- perceptible, ya ilusorio, y sobre el cual nos apoyamos: nuestro pobre tiempo.)
Toda semejanza es acuerdo implícito entre dos fugas; complacencia de intención y de acción.
Toda huida tiene, por finalidad diferida, la se- mejanza. El libro de las Semejanzas es el libro de las Fugas.
Sabremos, al huir, que nuestra huida era otra manera de volver sobre nuestros pasos, al lugar donde nos extraviamos, había escrito reb Bacush.
(Edmond Jabès, El libro de las semejanzas)
sábado, 18 de septiembre de 2010
El ruido
El amante de Marguerite Duras se detiene sobre retales trazados por el recuerdo, eminentemente visuales y táctiles. La historia comienza en la adolescencia, salta el "largo de vida" de una mujer y la presenta décadas más tarde.
Parecería ser la imagen, sin embargo, es el ruido fiel al recuerdo:
el timbre del teléfono
la voz que responde,
la que escucha del otro lado
el reconocible ruido de una ciudad
afinan el recuerdo.
El ruido
[...]
El ruido de la ciudad resulta tan próximo,
tan cercano, que se oye
su roce contra la madera de las persianas.
Se oye como si atravesaran la habitación.
Acaricio su cuerpo en ese ruido, en ese paso.
El mar, la inmensidad que se recoge,
se aleja,
vuelve.
[...]
(Marguerite Duras, El amante)
miércoles, 8 de septiembre de 2010
Ruido de pasos
de Clarice Lispector
("La voz de Olokun" de Ramón Alejandro)
Tenía ochenta y un años de edad. Se llamaba doña Cándida Raposo. Esa señora tenía el deseo irresistible de vivir. El deseo se acentuaba cuando iba a pasar los días en una hacienda: la altitud, lo verde de los árboles, la lluvia, todo eso la acicateaba. Cuando oía a Liszt se estremecía toda. Había sido bella en su juventud. Y le llegaba el deseo cuando olía profundamente una rosa. Pues ocurrió con doña Cándida Raposo que el deseo de placer no había pasado. Tuvo, en fin, el gran valor de ir al ginecólogo. Y le preguntó avergonzada, con la cabeza baja: -¿Cuándo se pasa esto? -¿Pasa qué, señora? -Esta cosa. -¿Qué cosa? -La cosa, repitió. El deseo de placer –dijo finalmente. -Señora, lamento decirle que no pasa nunca. Lo miró sorprendida. -¡Pero tengo ochenta y un años de edad! -No importa, señora. Eso es hasta morir. -Pero ¡esto es el infierno! -Es la vida, señora Raposo. Entonces, ¿la vida era eso?, ¿esa falta de vergüenza? -¿Y qué hago ahora? Ya nadie me quiere... El médico la miró con piedad. -No hay remedio, señora. -¿Y si yo pagara?
-No serviría de nada. Usted tiene que acordarse de que tiene ochenta y un años de edad.
-¿Y... si yo me las arreglo solita? ¿Entiende lo que le quiero decir? -Sí –dijo el médico-. Puede ser el remedio. Salió del consultorio. La hija la esperaba abajo, en el coche. Cándida Raposo había perdido un hijo en la guerra. Era un soldado de la fuerza expedicionaria brasileña en la Segunda Guerra Mundial. Tenía ese intolerable dolor en el corazón: el de sobrevivir a un ser adorado. Esa misma noche se dio una ayuda y solitaria se satisfizo. Mudos fuegos de artificio. Después lloró. Tenía vergüenza. De ahí en adelante utilizaría el mismo proceso. Siempre triste. Así es la vida, señora Raposo, así es la vida. Hasta la bendición de la muerte. La muerte. Le pareció oír ruido de pasos. Los pasos de su marido Antenor Raposo.
(Clarice Lispector, El viacrucis del cuerpo)
sábado, 4 de septiembre de 2010
El estanque
(Los héroes del silencio, tocando "El estanque" en concierto)
Para salir del estanque hay que seguir corriente abajo hasta que el eco responda hasta que vuelvas a escuchar.
Volar a ciegas: entre la gente, por el mundo, imaginando otro vuelo.
Idea Vilariño (Uruguay, 1920-2009) es la autora de Vuelo ciego (Visor 2004), colección de poemas en los que una voz desea renunciar a la vez que seguir navegando (la renuncia es inútil).
Uno siempre está solo
Uno siempre está solo
pero
a veces
está más solo.
Hacer el juego
Quiénes somos
qué pasa
qué extraña historia es esta
por qué la soportamos
si es a nuestra costa
por qué nos soportamos
por qué hacemos el juego.
Decir no
Decir no
decir no
atarme al mástil
pero
deseando que el viento lo voltee
que la sirena suba y con los dientes
corte las cuerdas y me arrastre al fondo
diciendo no no no
pero siguiéndola.
Y qué
Tomo tu amor
y qué
te doy mi amor
y qué
tendremos tardes noches
embriagueces
veranos
todo el placer
toda la dicha
toda la ternura.
Y qué.
Siempre estará faltando
la honda mentira
el siempre.
Sabés
Sabés
dijiste
nunca
nunca fui tan feliz como esta noche.
Nunca. Y me lo dijiste
en el mismo momento
en que yo decidía no decirte
sabés
seguramente me engaño
pero creo
que ésta me parece
la noche más hermosa de mi vida.
El amor
Un pájaro me canta
y yo le canto
me gorjea al oído
y le gorjeo
me hiere y yo le sangro
me destroza
lo quiebro
me deshace
lo rompo
me ayuda
lo levanto
lleno todo de paz
todo de guerra
todo de odio de amor
y desatado
gime su voz y gimo
río y ríe
y me mira y lo miro
me dice y yo le digo
y me ama y lo amo
-no se trata de amor
damos la vida-
Y me pide y le pido
y me vence y lo venzo
y me acaba y lo acabo.
miércoles, 18 de agosto de 2010
Presa
(Bebe)
Bebe me sujeta. A su furia arrolladora y estridente,violenta y desbocá, dura, agresiva, torpe, valiente, brutal, vulgar, brava, sucia, hambrienta, apetecible, ordinaria, animal, juguetona, tierna, lírica, desprendida, vulnerable y bella, me adhiero: suplicante, embelesada, gustosa, delirante, enloquecida ya gritos.Buscando calma, encontrándola, y volviéndola a perder. s.figueroa
Ana Cristina César es una poeta carioca que produjo la mayoría de sus textos literarios en el año de mi nacimiento. Mi madre no escribe poesía, pero si hubiera sentido la urgencia de escribir, seguro lo habría hecho como Ana Cristina César. La imagino como poeta porque como lectora es desprejuiciada; ella escribe cartas, y a veces canta. He escuchado a mi madre cantar muy pocas veces, tiene una voz rasposa, ronca, como si hubiera cantado toda una vida. Suele cantar bajito, con miedo a perder la voz, mientras escribe cartas, cartas que nadie responde; y espera, mi madre todavía espera. Se llama Ana, mi madre, y estos poemas los escribe una mujer a otra (y otra traduce en otro acento estos poemas que copio para que seas tú quien los lea).
Poema obvio
No soy idéntica a mí mismo Soy y no soy al mismo tiempo, en el mismo lugar y bajo el mismo punto de vista No soy divina, no tengo causa No tengo razón de ser ni finalidad propia: Soy la propia lógica circundante
Psicografía
También yo salgo sin rumbo y procuro una síntesis en las demoras cazo obsesiones con fría temperancia y digo de corazón: no supe y digo de la palabra: no digo (todavía no puedo creer en la vida) y demito el verso como quien saluda y vivo como quien despide la rabia de haber visto
"No sirve"
Antes había el registro de las memorias cuadernos, agendas, fotografías. Muy documental.
Yo también estoy inventando algo para vos. Esperá hasta mañana.
Una vez oí secamente el dejate de joder y pensé: el mundo se cayó.
¿quién tendría la llave? Llamen a los bomberos, gritó Zelda.
¡Alegría! Verdugo inesperado
Pedido
Me pidieron un verso enorme. Y me quedé, laguna, inmóvil de cara al despojo. El verso turbó mis aguas, un bote circundó, y en remos rasgué detalles.
Me pidieron un triunfo mayor. Y me encubrí, árbol, muerto de mirar a los restos. El triunfo empañó mis raíces, una larva nació, y en ondulaciones exprimí vestigios.
Me pidieron un corazón latiendo. Y me encabullé, animal, rígido hálito a prisa. El corazón envolvió mis huesos, una herida surgió, y en dolores sangré minucias.
Me pidieron una vida entera. Y morí de un soplo, criatura, libre sonrisa al infinito. La vida infló mi unidad, una estrella despertó, y en luces exhalé el verso.
... ...
..
He ordenado los libros. Saco de un estante sin orden y coloco en otro con orden. Quedan espacios vacíos. Hora a hora. No te he dicho nada. Llamo a los otros. Lo que podría decir es peligroso: seguridad (así como dije: en diez años estaré de vuelta) de que nos reencontramos, tarde o temprano. Pero ya no sé cuándo
Tarde o temprano reencuentro - el punto de partida (de la antología crítica bilingüe Álbum de retazos, de Ana Cristina César, publicada en la ciudad de Buenos Aires por Ediciones Corregidor en el año 2006)
Love After Love The time will come when, with elation you will greet yourself arriving at your own door, in your own mirror and each will smile at the other's welcome,
and say, sit here. Eat. You will love again the stranger who was your self. Give wine. Give bread. Give back your heart to itself, to the stranger who has loved you
all your life, whom you ignored for another, who knows you by heart. Take down the love letters from the bookshelf,
the photographs, the desperate notes, peel your own image from the mirror. Sit. Feast on your life.
La entrada de hoy se la debo al Juan José Millás de Cuentos a la intemperie, y al poema visual Fallen de Jörg Piringer.
Escribir I
El día en el que empezó todo, no tenía muchas ganas de escribir, de manera que para hacer tiempo fingí no saber si una palabra se escribía con be o con uve. Aquella duda retórica se convirtió misteriosamente en una enfermedad real, y en cosa de una semana al problema de las bes se sumó el de las haches, así que tardaba mucho en escribir una página porque tenía que consultar continuamente el diccionario. Creo que desarrollé una curiosa habilidad para evitar palabras que contuvieran esas letras, pero mis escritos de esa época jadean un poco al andar, como si estuvieran enfermos. Al poco, comencé a padecer también de problemas sintácticos. Las frases se me quebraban a la altura de los verbos, como varillas de cristal demasiado finas. Me asusté un poco, porque vivo de fabricar esas varillas, así que intenté construir frases gruesas y cortas, del tipo "yo también soy yo, o estoy perdido" pero también éstas se rompían. Una tarde escribí: "esto es una frase", y al poco tiempo dejó de ser una frase y se convirtió en un dolor de cabeza. En seguida olvidé qué cuerda había que rasgar para que se escuchara un adjetivo, y aunque descubrí que la de los sustantivos sonaba del mismo modo si la golpeabas de una manera especial, el esfuerzo me fatigaba demasiado. Luego, en fin, se marcharon los verbos, primero los copulativos y a continuación los transitivos. Los intransitivos se resistían a caer, pero la verdad es que masticaba mal con ellos, así que me los arranqué yo mismo, con un cordel. Si puedo contarlo, es porque ahora abro cada día un libro de otro y recorto palabras que luego pego en un papel, como si fueran amenazas; en cierto modo lo son, aunque sólo para mí, porque a veces se acaba el pegamento o la paciencia y no logro decir lo que quiero, pero creo que duermo más tranquilo que antes. Y respiro mejor.
(Juan José Millás, Cuentos a la intemperie)
sábado, 20 de marzo de 2010
Roberto Juarroz y la poesía novena
Transcribo poemas de Roberto Juarroz (1925-1995) para no insistir demasiado en mí misma (como diría el propio Juarroz).
Los poemas salen de su Novena poesía vertical; y la llama, de mi casa.
42
Se podrá apagar todos los fuegos
pero nunca se acabará el humo.
Aquello que no alcanzó la dignidad del fuego
termina conformándose con la humildad del humo.
Aquello que no tuvo una mano que lo encendiera
termina por renunciar a esa mano
y se queda a solas con el humo.
Aquello que no pretende calentar nada,
ni siquiera calentarse,
se refugia en el secreto de ser humo.
Pero el secreto del humo es doble.
Primero: también el humo calienta.
Segundo y principal:
el humo es anterior al fuego.
43
Hacerse a un lado,
abstenerse,
no importa en qué clima.
Sumar las noches como ensalmos
y quedarse al margen,
sin pronunciarlos siquiera.
Desviar la eternidad levemente
y permanecer allí en suspenso,
como un insecto en una grieta.
Sólo así,
abandonando a veces temporariamente la vida,
es posible seguir viviéndola.
46
Se ha perdido una nota.
No sabemos el compás ni la escala,
pero la obra se descompone hacia el poniente
como una flecha rozada al pasar por una pluma.
Se ha extraviado una línea.
No sabemos la figura o el cuadro,
pero la imagen se acorrala contra un borde
como una fiesta en cuyo centro cae un fruto negro.
Se ha borrado un matiz.
No sabemos en qué zona o en qué mundo,
pero ese casi nada irreparable
lo hiere todo para siempre.
48
Para la música oculta en la espuma
debe haber cierto oído de caracol no aplastado
o por lo menos algún tímpano dispuesto
para captar otros sonidos que no sean
las rudas cacofonías de los hombres.
El sonido del silencio, por ejemplo,
o el sonido que recubre como sal toda escritura
o aquél cuyas puertas sólo abren ciertas músicas,
ya que toda la música
no es más que el umbral de otro sonido.
Y aunque carezcamos del órgano apropiado,
como también de otros sentidos
para aprehender las ondas sueltas de la vida,
hay sin embargo en nosotros
un minúsculo extremo de algo,
una axial limadura de luz,
una punta quebrada,
que sin saberlo forma parte también de ese sonido.