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sábado, 26 de mayo de 2018

Dos poemas, dos poetas y dos países

BIEN BIEN HAY UN PAÍS
de Samuel Beckett

bien bien hay un país
donde el olvido donde pesa el olvido
dulcemente sobre mundos sin nombre
allí callamos la cabeza la cabeza es muda
y se sabe no nada se sabe
muere el canto de las bocas muertas
sobre la arena de la playa hizo el viaje
no hay nada que llorar

mi soledad la conozco vamos la conozco mal
tengo tiempo eso es lo que me digo tengo tiempo
pero qué tiempo hueso hambriento el tiempo de un perro
de un cielo que palidece sin cesar mi grano de cielo
de un rayo que trepa ocelado temblando
micras de años tinieblas

queréis que vaya de A a B yo no puedo
yo no puedo salir estoy en un país sin huellas
sí sí es algo hermoso lo que tenéis ahí es algo hermoso
qué es no me hagáis más preguntas
espiral polvo de instantes qué es lo mismo
tranquilidad amor odio calma tranquilidad

Moebius (Jean Giraud), Voyage d’Hermès


LOS PERROS ROMÁNTICOS
de Roberto Bolaño
En aquel tiempo yo tenía veinte años
y estaba loco.
Había perdido un país
pero había ganado un sueño.
Y si tenía ese sueño
lo demás no importaba.
Ni trabajar, ni rezar,
ni estudiar en la madrugada
junto a los perros románticos.
Y el sueño vivía en el vacío de mi espíritu.
Una habitación de madera,
en penumbras,
en uno de los pulmones del trópico.
Y a veces me volvía dentro de mí
y visitaba el sueño: estatua eternizada
en pensamientos líquidos,
un gusano blanco retorciéndose
en el amor.
Un amor desbocado.
Un sueño dentro de otro sueño.
Y la pesadilla me decía: crecerás.
Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto
y olvidarás.
Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.
Estoy aquí, dije, con los perros románticos
y aquí me voy a quedar.