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miércoles, 8 de mayo de 2019

Singapur de Mary Oliver

SINGAPUR
En Singapur, en el aeropuerto,
una sombra fue retirada de mis ojos.
En el cuarto de baño de mujeres, una división estaba abierta.
Una mujer de rodillas lavaba el fondo
de la taza blanca.
Una desagradable sensación en mi estómago
y toqué mi boleto en el bolsillo.
Un poema siempre debiera tener pájaros.
Un martín pescador, por ejemplo, con ojos audaces y alas relucientes.
Los ríos son placenteros, y por supuesto los árboles.
Una cascada, o si no es posible, una fuente
que suba y baje.
Una persona quiere habitar en un lugar feliz, en un poema.
Cuando la mujer me vio no pude interpretar su gesto.
Su belleza y su bochorno se mezclaban, y ninguno de
los dos ganaba la batalla.
Ella sonrió y yo sonreí. ¿Tiene algún sentido?
Todos necesitamos un trabajo.
Sí, una persona quiere habitar en un lugar feliz, en un poema.
Pero antes debemos mirarla ahí abajo mientras atiende su trabajo,
lo que es en sí aburrido.
Con un trapo azul está lavando la parte superior de los ceniceros del aeropuerto, que son tan
grandes como las tapas de los basureros.
Su pequeña mano voltea el metal, tallando y levantando.
No trabaja con lentitud, tampoco con rapidez, pero como un río.
Su cabello oscuro es como el ala de un pájaro.
No dudo ni un instante que ella ame su vida.
Y quiero que se levante de entre la costra y el agua sucia
y vuele hacia el río.
Esto probablemente no ocurra.
Pero quizá sí.
Si el mundo fuera sólo dolor y lógica, ¿quién lo apreciaría?
Claro que no lo es.
Tampoco me refiero a algo milagroso, es sólo
la luz que emana de la vida. Me refiero
a la forma en que ella dobla y desdobla el trapo azul,
a la forma en que sonrió para mí; me refiero
a la forma en que este poema está lleno de árboles y pájaros.

 (Mary Oliver, Trad. Gabriela Cantú Westendarp)