Emily
Dickinson, amiga de la correspondencia, escribió para sus adentros. Vivió interiorizando
lo que escasas veces divulgó. Vivió aprehendiendo, sintiendo, anotando, percibiendo,
tachando y volviendo a escribir. Siempre a solas y en silencio.
135
Aprendemos el agua de la sed
y la travesía de los mares de la tierra,
el arrebato de la angustia
y la paz del recuento de batallas,
el amor de su hueco memorioso,
de la nieve los pájaros.
136
Si tienes un arroyo pequeñito en el pecho
donde brotan tímidas flores
y ariscas aves bajan a beber
entre sombras que tiemblan,
y tan callado fluye
que nadie lo sospecha
pero tú bebes cada día en él
tu sorbito de vida,
guárdalo en marzo cuando los ríos se desbordan
cuando la nieve corre
por la colina abajo
y la crecida arrastra puentes,
y más tarde, en agosto
cuando el prado esté perdido,
cuida que este pequeño arroyo vivo
no se seque un quemante mediodía.
1355
Como cualquier parásito, la mente
vive del corazón.
Si éste está bien provisto de alimento,
se verá bien cebada.
Pero si el corazón ayuna,
su agudeza se debilita;
tan absoluto para ella
es su alimento.
1406
De ningún pasajero se sabe que escapara
si se alojó una noche en la memoria;
esa astuta posada subterránea
cuyo ardid es que nadie salga de ella de nuevo.
1438
Contempla este pequeño
tósigo, don de todo lo que vive,
y tan común como desconocido,
cuyo nombre es amor.
No tenerlo es miseria
y tenerlo es herida.
Sólo -si acaso- el
paraíso
se hallará equivalente.