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lunes, 29 de abril de 2019

Animal de invierno y otros poemas de José Watanabe


 
Nicolas de Staël, Cap Blanc Nez (1954) 

EL MIEDO

El burro hace girar la rueda del molino
y a cada vuelta cierra
              ese círculo vicioso
que durante años ha hollado en la tierra.

Ese polvillo blanco de la molienda
flota en el ambiente. Se asienta
en todo,
pero en las pestañas del burro
              es toda la tristeza
                    y la condena.

Me alejo silbando del molino, silbando
para disimular
el temor de poner el pie
        en una huella sin esperanza.


ANIMAL DE INVIERNO

Otra vez es tiempo de ir a la montaña
a buscar una cueva para hibernar.

Voy sin mentirme: la montaña no es madre, sus cuevas

son como huevos vacíos donde recojo mi carne
y olvido.
Nuevamente veré en las faldas del macizo
vetas minerales como nervios petrificados, tal vez
en tiempos remotos fueron recorridos
por escalofríos de criatura viva.
Hoy, después de millones de años, la montaña
está fuera del tiempo, y no sabe
cómo es nuestra vida
ni cómo acaba.


Allí está, hermosa e inocente entre la neblina, y yo entro

en su perfecta indiferencia
y me ovillo entregado a la idea de ser de otra sustancia.


He venido por enésima vez a fingir mi resurrección.

En este mundo pétreo
nadie se alegrará con mi despertar. Estaré yo solo
y me tocaré
y si mi cuerpo sigue siendo la parte blanda de la montaña
sabré
que aún no soy la montaña.




(poemas extraídos de su Poesía completa, EdPre-Textos)

miércoles, 24 de abril de 2019

Perros de mi familia de Mirta Rosenberg




PERROS DE MI FAMILIA

No se la pasan
ladrándole a la luna llena. Se sientan
a la mesa de la cena, con perros amigos,
y conversan sobre ella, hacen listas.
Perros artistas,
lo digo porque los he visto.

Cuatro patas, cola y afectivo:
en esencia, un sustantivo colectivo
que sin embargo anda solo: cada perro
es El perro.
                                             Y aunque
acepte la vigilia de ser fiel,
lo es primero a sí mismo,
ni al paseo ni al encierro.
                                              De a dos,
de a tres, de a diez,
todos son un solo perro,
              convencido
de que el mundo no es lugar
hecho por y solamente
              para perros:

¡tantas cosas que arreglar,
tanta fealdad inminente!
A veces se impone hablar,
y no siempre decir ¡Guau!
               Como sea,
es muy capaz de cantarle las cuarenta
prácticamente a cualquiera
                y hasta dialogar
con ballenas —véase si no
“perros cantores de Nueva Guinea” —,
según lo sienta y sea feliz.

El amor lo hace feliz
y perseguirse la cola,
ser un círculo perfecto
en sagrado frenesí —“Para empezar”,
le dijo el gato a Alicia,
“los perros no están locos”. Y ella:
“Supongo que sí”—.

             Lo digo
porque yo misma los vi:
             perros de mi familia
en furiosa actividad
—justicia, belleza, verdad—
imaginando otros mundos
que, como éste,
también habría que cambiar.

(poema extraído de Bestiario íntimo de Mirta Rosenberg)

jueves, 18 de abril de 2019

El hada que no invitaron de Estela Figueroa

Brenda Goodman, Possibility of Age (2018)

LA ENAMORADA DEL MURO
I

La enamorada del muro
no sabe cómo es el muro.
pero seguro siente su humedad
cuando ha llovido.

Su aridez
en tiempo seco.
La enamorada del muro
depende del muro.
A él se aferra.
Si el muro se cae
ella se desparrama
como una cabellera sin cabeza.

A veces es tímida
y cubre sólo la base
como una mujer arrodillada
que abrazara las piernas de un hombre.
Y a veces –qué deseo
y qué orgullo caben en ella–
cubre no sólo el muro
sino toda la casa.


II
Todo amor nace
a partir de una pequeña confusión.
Nadie puede decir con certeza
si es el muro el que sostiene a su enamorada
o es la enamorada
la que sostiene el muro.
Y todo amor crece
a partir de pequeñas carencias:
La enamorada del muro no florece.
Tampoco el muro.


III

Visto desde afuera
la impresión general es de una gran belleza.
¿Pero quien puede alejarse para mirar
cuando está enamorado?
El muro no ve el hermoso conjunto.
Ve pequeños tentáculos
que se clavan en él.
La enamorada ve el muro descarnado.
«Él es el hueso que me da forma.
Yo soy la carne que le da vida».


IV
VAMPIRO EN EL JARDÍN

Ningún jardinero
la recomendaría.
La enamorada del muro
tan pródiga con el muro
tiene un rol muy cruel en el jardín.

Está en su naturaleza apropiarse
de toda la humedad del terreno.
De modo que mientras ella se expande
y se demora tiernamente en el abrazo
las otras plantas mueren.
¿Qué puede importarle?

Una mujer enamorada es capaz
de atravesar sin ver una ciudad bombardeada.
Los ojos fijos en los labios de su amor.

No hay culpa
en la pasión.

«No permitiré que nada
ni nadie
te haga daño
amor mío».


EN SÍ MISMA

Sólo una loca pudo
enamorarse de un muro.

Un muro no habla.
No escribe cartas.
No florece.

Cubierto totalmente por las hojas
deja de ser visible.
Hasta se puede dudar de su existencia.

«No es eso
hija
lo que te enamora.
No es muro.
Es tu esplendor».



NO ES PARA HABLAR DE MÍ QUE ESCRIBO
de la glicina: cayó
su lluvia ligera
azul–
violácea–
celeste.
No es para hablar de la glicina
que la comparo con una lluvia
y adjetivo esa lluvia.
Es para detener este momento nocturno:
la casa en calma
y los pensamientos que ennoblecidos velan
por un ordenamiento
que lo abarque todo.



A MANUEL INCHAUSPE
EN EL HOSPICIO 
Las nuestras, mi amigo,

son obras pequeñas.
Escritas en la intimidad
y como con vergüenza.
Nada de tonos altos.
Nos parecemos a la ciudad
donde vivimos.

Perdiste tus últimos poemas

y yo casi no escribo.
De allí

esos largos silencios
en nuestras conversaciones.


(Estela Figueroa, El hada que no invitaron. Obra poética reunida 1985-2016. Buenos Aires: Bajo la Luna, 2019)